Cintia Birán, Psicológa.
Si nos remontamos unas cuantas décadas atrás tanto la maternidad como la paternidad se vivían de maneras diferentes. Digamos que la maternidad se ha vuelto más paternidad y la paternidad más maternidad. ¿Qué significa esto? La maternidad ha cambiado tanto en la apertura a lo emocional como en lo que implica a la realización personal de la madre. La madre, cómo el hombre, actualmente busca trabajar fuera, realizarse, acceder a más conocimientos que lo que concierne exclusivamente a la casa y los hijos. Por su parte, los padres, han conectado con su parte más femenina si se quiere, también se han abierto más a lo emocional, una apertura más necesaria aún que en la mujer ya que esta ha estado siempre más familiarizada con el reconocimiento y la expresión de las emociones. Pero vamos en este caso a centrarnos en cómo ha evolucionado la paternidad, y por qué no, la masculinidad.
En tiempos pasados la masculinidad era concebida como sinónimo de fortaleza, de figura que provee, incluso de distancia emocional. Mostrar excesivo cariño o amabilidad, incluso llorar, era cosas de mujeres, signo de debilidad. Con la apertura a nuevos tiempos esto se ha visto modificado y los hombres se han equiparado emocionalmente a las mujeres en muchas circunstancias, y esto se ha transferido inevitablemente al nuevo modelo de paternidad. Los nuevos padres no dudan en cambiar a sus hijos el pañal, en darles de comer, en ir con ellos al colegio, en cuidarles cuando están enfermos, o en llevarles a su trabajo. Los nuevos padres, hablan de emociones, educan con el ejemplo, en definitiva, están presentes. Y no se trata en ningún caso de “ayudar a mamá”, se trata de ejercer la paternidad, de “paternar”.
¿Pero qué significa exactamente paternar? Es un término ampliamente extendido en Latinoamérica, pero no tanto en España u otros países de Europa. Podemos definir paternar como el hecho de ofrecer una imagen al hijo o hija con la cual identificarse, una guía, la cual es resultante del proceso de crianza, un proceso en el que se está presente y en el cual el amor y su manifestación juega un papel primordial.
Los padres hoy en día paternan desde el momento de la concepción o adopción, implicando sus sueños y deseos en la dulce espera. Actualmente participan activamente del parto, ya sea natural o cesárea, cuando antes eran meros espectadores, meros “esperadores”, ya que ni siquiera accedían al paritorio, sino que aguardaban a que la madre hiciera su papel y lo convirtiera en padre (si era de un varón como él, mucho mejor).
Conforme pasan los años, los niños y niñas cada vez demandan más de sus padres y sus madres y no es posible que estos no se impliquen en la crianza si lo que esperamos es una infancia feliz y conectada con las propias emociones.
La paternidad se continúa ejerciendo en la adolescencia, quizás la etapa más crítica, con desafíos propios de esta edad como la búsqueda de independencia, de reafirmarse y autoconocerse. Otros desafíos cada vez más preocupantes son la falta actual de valores, el aumento de las adicciones, el bullying, el consumo cada vez más temprano de pornografía, etc. En este proceso, se sigue necesitando de la presencia paterna.
Con la adultez se sigue acompañando a los hijos e hijas, pero ya desde otra perspectiva. La descendencia ya se ha hecho mayor, y se encuentra completamente sumergida en su propia individualidad, aunque sin necesidad de que esto merme los lazos afectivos.
La paternidad (al igual que la maternidad) no termina nunca, evoluciona sí, pero los padres siempre han de estar presentes de alguna manera en la vida de sus hijos e hijas. En esta etapa, los hombres disfrutan de la paternidad con su descendencia ya adulta y su amor se hace extensivo también a sus nietos y nietas, en el caso de haberlos. El que su legado continúe les hace sentir orgullo y así como ver que el hecho de paternar ha dado sus frutos. Otros padres se pierden en el camino de conectar con sus hijos e hijas y los problemas que va presentando la vida amplían esa brecha intergeneracional. Cuando la frustración y los desacuerdos se hacen patentes, cuando el diálogo falla, la terapia psicológica puede ser una buena herramienta para buscar soluciones que les permitan entenderse.